"Las estadísticas hablan de todos, es decir, de nadie"
Entrevista de Aljaz Vindis
Inglés y esloveno
Fundación Brumen, Eslovenia 2017


















Entrevista en castellano

Cuando comenzó su carrera, ¿cómo se veía la escena en la infografía? ¿Ha tenido muchas referencias nacionales y extranjeras a las que recurrir, o tuvo que calcular la mayor parte usted mismo?

El año 1982 apareció el diario USA Today señalando algunas direcciones nuevas para el periodismo en papel: fotografías más grandes, textos más cortos, cuerpos tipográficos de mayor tamaño y el uso habitual de gráficos estadísticos ilustrados; una forma que podríamos considerar hoy como protoinfográfica. Dos años después, en 1984, Apple lanzó su primer ordenador Macintosh, una herramienta que facilitaba el trabajo vinculado al diseño y permitía una producción veloz, acorde a las necesidades de un medio diario. El fenómeno tecnológico permitió que el fenómeno cultural, marcado por USA Today, se expandiese.

En aquella época todos los diarios de España estaban construyendo sus departamentos de infografía. Fue un fenómeno que no se produjo en otros países hasta muchos años después y que nos puede ayudar a comprender por que existe hoy una poderosa escuela de infografía española que trabaja y dirige los departamentos de algunos de los más importantes medios del mundo.

España en los años ochenta se encontraba inmersa en un proceso de transición política, de una dictadura a un régimen democrático, que obligaba a todos los actores sociales a una profunda transformación ética y estética. El periodismo fue, probablemente, uno de los actores que no solo cambió si no que lideró el cambio: no era posible explicar, construir, un régimen democrático con medios de comunicación fascistas o sencillamente con reminiscencias a una concepción socio-política que quería dejarse atrás. Por esta causa los medios españoles actuales nacieron a fines de los setenta y principios de los ochenta (El País, El Mundo, El Periódico) o se sometieron a un cambio de tal envergadura que de hecho devinieron en otros, en unos nuevos (ABC, La Vanguardia).

En lógica incorporaron la tecnología y los conceptos de los años en que nacieron y en aquellos años la infografía despuntaba como una narrativa nueva y prometedora.

En ese contexto y procedente de la ilustración, llegué a la infografía periodística.

En los diarios no existía una idea clara de lo que debíamos hacer. Nadie la tenía, ni los que seríamos infografistas –en aquel momento no se puede decir que lo fuésemos-, ni los redactores, ni la dirección de los medios. Estábamos experimentando, buscando la manera.

Pertenezco a la generación que construyo la infografía como profesión. Infografía es un termino alrededor del cual se aglutinaron distintos oficios que anteriormente no tenían una definición clara y que el infografista moderno ha a aprendido a dominar y combinar hasta crear algo nuevo.

Precedentes que ahora parecen obvios como el ‘Mapa del cólera’ del Dr. John Snow, los gráficos estadísticos de William Playfair o el trabajo de Charles Joseph Minard eran desconocidos para la mayoría de los profesionales que llegamos a la infografía en aquellos años. Sin embargo, posteriormente, fueron estos precedentes entre muchos otros, los que nos ayudaron a definir el camino que debíamos tomar en un medio de comunicación.

Los profesionales formados en aquella época hemos tenido pocas referencias directas de la infografía periodística. ¡No habían! Nos copiábamos unos a otros. El método era, más bien, ensayo error.

No obstante, si se pueden destacar algunos colegas contemporáneos que habían iniciado el camino analógicamente unos años antes y que tuvieron una mayor influencia en mi generación. Este es el caso de Nigel Holmes, quien desde Time Magazine y gracias su enorme talento elevaba la misma línea de diagramas estadísticos ilustrados del USA Today a un nivel superior, tanto comunicativo como gráfico. Mi trabajo conocido como ‘el gráfico del pan’ seguramente no habría sido posible sin la influencia de Nigel.

Pero quizá el referente contemporáneo más importante de aquellos años sea el trabajo de John Grimwade, el uso de la paleta de colores con fines comunicativos, la aparente simplicidad de unas ilustraciones rigurosas con la realidad y, sobre todo, el sometimiento de la estética al contenido informativo fueron fundamentales en la profesión. Desde mi punto de vista Grimwade sentó algunos de los principales criterios que siguen rigiendo la profesión en la actualidad.

Pero estas son solo algunas referencias directas de la infografía periodística de aquellos primeros años. Las influencias son un tema muy importante para mi. No me parece que sea posible crear algo absolutamente nuevo. Siempre se trata de la adaptación de una adaptación de una adaptación… Una persona atenta, abierta y sensible esta expuesta a todo tipo de influencias todo el tiempo, desde todos los entornos. Esas influencias están ahí cuando trabajamos. Cuanto mayor es el número y más variadas son, más se desdibujan y más personal parece finalmente el resultado de nuestro trabajo. Mis influencias desde el ámbito de la infografía son poquísimas. Son mucho más numerosos los casos desde el diseño gráfico, las artes plásticas, el cine, la literatura y muy especialmente la música. Puede resultar extraño, pero yo siento que la poética de Bob Dylan, el cine de David Lynch, los poemas de Whitman, las pinturas de Bacon, el diseño del colectivo Tomato o las reflexiones de Andrea Fraser, han influido en mi trabajo más que otros infografistas.

Hay que diferenciar también entre influencias y referencias. Los referentes por fortuna son pocos y difíciles de encontrar. El referente modifican el modo en que vemos el mundo y por tanto nuestro trabajo de modo más profundo.

Como referentes siempre cito al escritor W. S. Burroughs y al artista Marchel Duchamp. Ambos han sido y son un catalizador de cambio en mi visión del mundo en general y de la comunicación en concreto. Otros vienen y van, pero siempre regreso a Burroughs y Duchamp.


En más de 20 años de carrera infográfica, viajando y conociendo a colegas de todo el mundo, ¿cómo ha visto cambiar la profesión desde entonces?

Se ha popularización el termino, ahora si digo que me dedico a la infografía, quien me escucha cree saber de que se trata. En veinte años hemos visto como se implementaba la infografía en todos los medios de comunicación. Primero en papel, luego en los soportes digitales. Se han asentado una serie de conceptos, de criterios que definen la profesión, un marco dentro del cual moverse. Hemos pasado del ensayo/error a unos parámetros –casi- académicos. En la mayoría de medios el infografísta ha pasado de ser considerado un artista gráfico a un periodista más con una herramienta singular para el ejercicio de la profesión. En los ochentas se abuso de la cantidad y el tamaño de las infografías ilustradas, a veces con información deficiente; en los últimos años y hasta hace poco el abuso se producía en visualizaciones de datos difíciles de comprender y de poca calidad informativa. Tras estas modas hemos encontrar el uso adecuado en cantidad y calidad.

En resumen: la infografía ha madurado, hoy es mucho más sería y confiable. Esto ha supuesto también cierta perdida de improvisación, de frescura, de sorpresa. Aspectos que no me parecen despreciables.

Su conferencia en la Bienal Brumen se ha estructurado en torno a las lecciones de advertencia de la recopilación, el análisis y la comunicación de datos. Viniendo de un periodista maestro y artista infográfico, muchos de los asistentes tal vez se sorprendieron al escucharlos. ¿Siente la necesidad de hablar en contra de un hecho y la obsesión de datos de la sociedad?

Es cierto que en la presentación fui muy claro al respecto: “los datos colectivos no pueden aportar nada de valor al individuo”. Con ello no quiero decir que no puedan resultar un aporte valioso al colectivo. Pero no se deben utilizar como reflejo de los deseos de los individuos y, sobre todo, debemos guardarnos de intentar vernos reflejados en ellos, pues solo conseguiremos desconcierto y frustración. Los datos del colectivo somos todos, por tanto no son nadie. Son un mito. Una especie de mentira.

Cuando mi trabajo se encuentra expuesto en un espacio de arte o es difundido por un medio de comunicación, esta ‘advertencia’, como tu le llamas, no es evidente. Al menos no en una primera lectura para la mayoría de personas. Por supuesto se puede extraer la conclusión del absurdo, cuando no del peligro, que la datificación del individuo puede reportar, pero esa es solo una parte del mensaje y, desde luego, no la primera ni la más relevante. Yo no tengo un especial interés en advertir sobre el potencial peligro de la datificación. Es una lectura obvia para un erudito en comunicación, no para un espectador/lector común. Para estos creo pasa desapercibido.

Utilizo datos para intentar trazar al individuo. Los datos son el canal –podría ser otro- lo importantes el tema: el individuo. Aprovecho esa obsesión moderna por los datos para que mi trabajo resulte efectivo. No es mi interés por los datos, es el interés de los demás por ellos el motivo por el cual los utilizo.

Para quien no está familiarizado con las técnicas narrativas visuales de la infografía el primer mensaje es el contenido, lo que los datos explican. En mi trabajo al tratarse de datos de una única persona (generalmente yo mismo) el mensaje es lo que hace una persona concreta, frente a una situación concreta en un momento dado concreto.


¿Vas a decir que datificación se ha convertido en una ideología, incluso en la predominante?

Ideología es una palabra de calibre grueso, pero sin duda nunca antes los datos habían gozado de tanta presencia ni se les había otorgado tanto valor. En gran medida por una cuestión muy sencilla: no disponíamos ni de la cantidad ni de la calidad de los actuales. Hoy se recogen cantidades ingentes de datos que van directamente de nuestros terminales informáticos a los data center. Anteriormente se interpelaba al ciudadano, con el lógico margen de ‘error’ que hoy no existe. ¿Donde estabas el 3 de marzo a las 10.13h cuando comprabas un libro en internet y como te sentías escuchando determinado tema musical? Es algo que no podemos recordar. Gobiernos, entidades ‘públicas’ –entre comillas-, empresas privadas como Google, Instagram, Spotify, Facebook, Amazon… lo saben y lo tienen almacenado en forma de datos. En cuanto a conducta cuantificable se refiere, saben más de nosotros que nosotros mismos. Por tanto es innegable la presencia e importancia de los datos hoy. Estamos en un mundo donde vivir es colaborar con los datos.

La infografía, una herramienta de comunicación de por si vinculada histórica y culturalmente a la ciencia y, más recientemente, al periodismo de precisión —es decir a la búsqueda de la panacea de la objetividad— puede ahora dibujar realidades que no podíamos ver —acaso imaginar— gracias a una nueva materia prima obtenida sin la intermediación del factor humano: los datos digitales. Nuevas tecnologías nos permiten procesar billones de datos y crear representaciones visuales que incluyen todos los datos. No son estadística, no hablamos de promedios, no están editados. Por tanto mis datos están incluidos. Esto ejerce un poderoso efecto seductor sobre las personas: en los datos estoy yo: yo soy los datos.

Finalmente, presentado con una estética efectiva (paracientífica), el resultado es entendido demasiadas veces como ‘verdad’. En este sentido los datos han tomado el relevo a la imagen. No hace demasiados años se confundía la fotografía o la imagen televisiva con ‘la verdad’. Afortunadamente hoy somos más críticos con los medios de comunicación en general y en particular con la representación de la realidad mediante la imagen. Sin embargo aprecio una especie de fe en la visualización de datos. Cuanto más compleja y mayor número de datos contenga una visualización de datos más ‘verdad’ parece ser. La fe es muy peligrosa: uno se encuentra expuesto a tragarse las mentiras más increíbles. Mentiras que se producen demasiado a menudo, a veces como resultado de una mala praxis profesional, sin una deliberada ausencia de ética, pero que finalmente tienen el mismo pernicioso resultado.


A pesar de la rápida difusión de la visualización de datos, los artistas infográficos españoles (y latinos) se han conocido a lo largo de los años por una gran habilidad ilustrativa, creando a menudo gráficos explicativos elaborados, incluso a mano. ¿Qué dirías que contribuyó a esto?

Mientras que de la infografía ilustrada podemos encontrar ejemplos editoriales desde el año 1.700, la visualización de datos es un fenómeno relativamente reciente. Como comentaba en la primera pregunta España gozó de un lugar privilegiado en la popularización de la infografía periodística de mediados de los años ochenta. En aquella época no existía visualización de datos como hoy lo entendemos. Generalmente se trataba de ilustraciones descriptivas y de representaciones estadísticas. Por tanto tiene sentido que los profesionales españoles y posteriormente los latinos, desarrollaran una especial destreza en esta forma de infografía.

En cuanto a la elaboración de este tipo de trabajos ilustrados de forma manual el trabajo que desarrollamos en el diario argentino Clarín creo que tiene un lugar protagónico. A la vista de la cantidad y el tipo de trabajos que se elaboraban en Latinoamérica a mediados de los noventa, cuando llegué a Clarín para construir el departamento de infografía, la impronta es evidente. En aquellos años en España y EE.UU. las ilustraciones de las infografías se realizaban casi exclusivamente en ordenador. En Argentina no se publicaban infografías, no habían referentes cercanos y eso supuso la posibilidad excepcional de replantear conceptos que en España dábamos por cerrados. De ese espacio nacen una serie de trabajos elaborados íntegramente con técnicas manuales, más cercanas a las artes plásticas que a la ciencia, de los cuales ‘La ballena franca’ sea, quizá, el caso más conocido.

Hay que tener en cuenta que en aquella época Clarín, con una tirada diaria de un millón doscientos mil ejemplares diarios vendidos era, con mucha diferencia, el diario en habla hispana con mayor difusión del mundo. Clarín se encontraba inmerso en un profundo proceso de rediseño y reingeniería y otros grandes medios del continente estaban muy atentos al resultado. Durante los años que dirigí el departamento de Clarín trabajé, también, como asesor para otros medios de gran influencia en otros países de la zona como Folha de Sao Paolo o Editora Abril en Brasil o El Comercio y La República en Perú. Mis asesorías incidían, entre otras cosas, en las posibilidades expresivas del trabajo manual más plástico. También parte de mi trabajo como asesor consistía en la recomendación de un profesional que pudiera crear un departamento como yo había hecho en Clarín. Evidentemente elegía profesionales en sintonía con mis criterios que desarrollaron trabajos muchas veces ganadores de premios internacionales. La influencia de Clarín en aquellos años se puede apreciar también académicamente mediante diversas tesis doctorales en semiótica y comunicación, como la conocida ‘A construçao da expressividade na infografia: um estudo de criaçôes de Jaime Serra' de Marcelo Plieger, uno de los más destacados profesionales de Brasil.


Su reciente trabajo, y la conferencia en la VIII Bienal Brumen, le ponen la vida personal frente y centro, a menudo en detalles íntimos. ¿Qué motivó su cambio de trabajo periodístico?

Es evidente la diferencia entre el trabajo que realizaba a fines de los años 90 y principios del 2000 y mi trabajo actual. Sin embargo yo no lo he vivido como una ruptura. Lo siento como una evolución lógica de los que siempre han sido mis intereses y encuentro entre ambos periodos muchos nexos en común.

A diferencia de ahora, a fines de los años noventa mi interés se centraba más en la narración que en lo narrado. Sin embargo si mis trabajos resultaron innovadores de esos años, no fue solo por el aspecto formal rupturista en que eran tratados, este era el aspecto más evidente. En muchos casos también era singular la temática tratada; una cuestión sobre las que en aquella época ya tenía el control: la elección de los temas a tratar dependía de mi. Temáticas cotidianas, populares, sobre las que el lector, quizá, nunca se había cuestionado y que los medios no trataban, abordadas desde un punto de vista que tenían como eje central al lector, al sujeto. En algunos casos interpelándole a participar.

Es evidente que en mi trabajo ha habido una evolución radical en este sentido: desplazar al sujeto del centro hasta convertirlo en el propio tema. Si antes el tema era la yerba mate, ahora es el café que consume un individuo concreto; si antes era todo lo que se puede saber sobre nuestra sexualidad según el modo en que escribimos, ahora es la vida sexual de una pareja en concreto.

El hecho de que antes me centrase en describir y ahora en analizar, tiene como resultado que haya pasado de unas representaciones realistas a otras abstractas. Pero aquí también existe un nexo: su tratamiento analógico. Antes suponía un modo de acercarse al lector mediante la calidez del trabajo manual y de potenciar el contenido informativo mediante el estilo y la técnica. El trabajo manual resulta en una pieza única, que ahora enfatiza en que lo representado –datos- corresponde a una persona concreta. Una pieza única sobre un único individuo. Tampoco es un tema menor lo paradójico que resulta tratar de este modo los datos, que toman relevancia con el mundo digital.

Finalmente el hecho de que ahora además de publicar en medios exponga mi trabajo en espacios de arte también me resulta un proceso. Una ampliación del campo de batalla: no se trata de renunciar a la mirada de ‘el lector’, si no de sumar la de ‘el espectador’, ambas muy diferentes. El papel escrito y la sala de exposiciones son ámbitos complementarios donde los mismos trabajos –para mi sorpresa- funcionan.

Con todo lo dicho, aunque quizá los cambios sean pocos, son tan importantes que, al menos en primera instancia la diferencia entre ambas épocas resulta radical.

Algunos colegas, especialmente del ámbito artístico, sugieren que me he desplazado claramente del periodismo al arte. Otros, del ámbito periodístico, que se trata de un nuevo y singular modo de hacer periodismo. Para mi, que en esta evolución temía desplazarme del periodismo a ninguna parte, ambas opiniones resultan motivo de celebración.


Su conferencia comenzó describiendo la relación íntima con su esposa, a través de una visualización de datos. Más tarde nos mostró gráficos de la dinámica emocional de su familia y un análisis de los hábitos de recolección de su hijo. ¿Cuán importante es para usted contar las historias humanas detrás de los datos?

En mi trabajo me represento a través de la datificación de mi actividad cotidiana, o mejor dicho de la percepción de esta. En efectos prácticos estas datificaciónes no tiene ninguna utilidad. No necesito realizar una visualización para saber, por ejemplo, que la relación con mi pareja es buena o está en crisis. Tampoco me parece que mis datos puedan ser interesantes para los demás. Yo no soy nadie. Pero es esto, precisamente, lo que permite que la propuesta funcione: el espectador pone el foco en el tema y en la forma de visualizarlo más que en los propios datos representados. De tal modo que casi de forma inconsciente se encuentra construyendo mentalmente su propia datificación, con sus propios datos, utilizando la representación propuesta en mi visualización. Cuando esto sucede lo considero un caso de éxito.

El sujeto, el individuo, es lo más importante para mi. Es, de hecho, lo único importante. De ahí que los temas sobre los que trabajo sean comunes a cualquier ser humano: la sexualidad, la relaciones sociales, los hijos… Son temas relevantes por que forman parte del humano, se practiquen o no, se aborden o se quieran ignorar. Mi trabajo habla de un individuo cualquiera, concreto y mesurable e invita al espectador a que empatice con el para poder verse a si mismo reflejado. Quiero pensar que mi trabajo es un ‘yo’ con el que cualquiera puede vestirse.


Con todos los desarrollos recientes en infografía y visualización de datos, ¿dónde ves el periodismo visual evolucionando en los próximos años?

El periodismo visual, el fotoperiodismo, el diseño editorial, todas las facetas que forman parte del periodismo escrito –entendámoslo así, ya que finalmente contienen o acompañan la palabra escrita- corren de la misma mano. Si el futuro del periodismo es bueno, la infografía en concreto y el periodismo visual en general, gozará de un excelente futuro. El soporte, analógico o digital, no es relevante. Ese no es el debate. Se puede hacer buena infografía en ambos soportes adaptándonos a la singularidad de cada uno. El debate es sobre el periodismo escrito en si mismo. Sobre su supervivencia cuando el modelo de negocio que ha funcionado durante todo el pasado siglo esta en una profundísima crisis de la cual no se sabe como salir. El problema no es la inevitable muerte del papel, el problema es que no hemos encontrado un buen modelo de negocio para hacer periodismo en soporte digital. A la luz de este presente no puedo augurar un buen futuro para el periodismo escrito. Lo cual me parece grave para la salud de nuestros modelo social.

El presente y el futuro del periodismo está en la radio –¡quien nos lo iba a decir!- y en la televisión, el soporte visual por excelencia, donde, probablemente por su propia naturaleza visual, la infografía ha sido menos relevante: es menos necesaria.

A diferencia de décadas pasadas, hoy algunas de las mejores infografías ya no se hacen con fines periodísticos. Se han abierto nuevos espacios donde la infografía se intuye necesaria: la publicidad, las redes sociales, las aplicaciones para teléfonos móviles… En la visualización de datos no se trata de si la infografía tiene futuro, los datos sin la infografía no se podrían visualizar, por tanto, en la practica, los datos sencillamente no existirían.

Estamos en el mejor momento para la infografía y lo es, también, para el infografísta. Hoy cualquier ciudadano lleva encima al menos un dispositivo con el que capturar imágenes y dispone de acceso a plataformas de difusión de esas imágenes. Algo parecido sucede con la palabra. Pero no cualquiera dispone de las herramientas físicas y de conocimiento para hacer una infografía, ni las redes sociales permiten una difusión que explote su potencial. Así que la demanda de infografías es más alta que nunca mientras que el número de profesionales cualificados es insuficiente. Pero esto supone también un factor peligroso: la deficiente calidad de los resultados debido al intrusismo profesional. La mala praxis es algo cotidiano, hasta el punto en que se denominan infografías ‘cosas’ que no lo son. De alguna manera siento un ‘déjà vu’: hemos regresado a principios de los años 80 cuando los conceptos de la profesión no estaban claros. Basta realizar una búsqueda de imágenes en Google con el termino ‘infografía’ para encontrase con que lo que incluyen las primeras páginas del resultado de búsqueda son cualquier cosa menos infografías. Así que, como decía antes: "ahora, si digo que me dedico a la infografía, quien me escucha cree saber de que se trata”, pero sospecho que hablamos de cosas distintas.




Conversando con Aljaz en Liubliana